Garfio siempre llevaba encima una droga mortal, mezclada por él mismo con los venenos de todos los anillos que habían caído en su poder. Los había hervido hasta obtener un líquido amarillo completamente desconocido por la ciencia y que era probablemente el veneno más del mundo.
cinco gotas en el vaso de Peter. Le temblaba la mano, pero era de alegría más que de vergüenza. Después mirando a su víctima durante un largo rato y se volvió, serpenteando hacia arriba con dificultad. Al llegar arriba y salir del árbol, parecía el mismísimo espíritu del mal saliendo de su agujero. Se caló el sombrero con , en la capa y, murmurando cosas extrañas, desapareció entre los árboles.
Peter siguió durmiendo. Debían de ser no menos de las diez cuando se despertó y se sentó en la cama bruscamente, sin saber muy bien por qué. Se oían unos golpecitos muy suaves en la puerta de su árbol.
—¿Quién es?
Durante un rato largo no hubo respuesta; luego volvieron los golpecitos.
—No pienso abrir a no ser que hables —exclamó Peter.
El visitante se decidió por fin. La voz era hermosa y recordaba a una campana.
—Ábreme, Peter.
Era Campanilla, y Peter descorrió rápidamente el pestillo para que pudiera pasar. Entró volando muy nerviosa.
—¿Qué ocurre?
Campanilla le contó el de Wendy y los niños.
A Peter le daba saltos el corazón mientras escuchaba. Wendy, atada en el barco de los piratas. ¡Con lo que le gustaba que todo estuviera dentro de un orden!
—Voy a rescatarla —exclamó.
Entonces pensó en lo que podía hacer para agradarla. Podía tomarse su medicina. Su mano se cerró en torno a la pócima mortal.
—¡No! —chilló Campanilla, que había oído a Garfio murmurando sobre su hazaña mientras cruzaba el bosque a toda velocidad—. Está envenenada.
—¿Envenenada? ¿Quién iba a envenenarla?
—Garfio.
—¿Y cómo iba a conseguir Garfio entrar aquí? Además —dijo Peter— yo no me he dormido en ningún momento.
Levantó el vaso. Con uno de sus movimientos relámpago, Campanilla se metió entre sus labios y el brebaje, tomándose hasta la última gota.